LA ROMANIZACIÓN DE LA PENÍNSULA IBÉRICA
Los romanos llegan a Hispania, no para conquistarla, sino para combatir a unos poderosos enemigos: los cartagineses.
En el año 218 a. de C. las legiones romanas llegan por primera vez a la Península. La conquista duró doscientos años, hasta que, en el 19 a. de C., las tropas romanas consiguieron someter el último foco de resistencia: cántabros y astures.
Durante esos doscientos años tuvo lugar la adaptación al modo de vida romano por parte de las sociedades conquistadas: es lo que se conoce como romanización. Ello supone un cambio de vida en aspectos tan elementales como la lengua, las costumbres, la religión, el urbanismo, el comercio, la administración… Los habitantes del sur y sureste empezaron pronto a aceptar la cultura de los romanos; por el contrario, los pueblos del norte y del interior sufrieron una influencia menor.
El latín sustituyó rápidamente a las diferentes lenguas indígenas, que desaparecieron, con la única excepción del vasco o euskera.
En cuanto a las ciudades, los romanos aplicaron dos procedimientos: potenciaron las ya existentes, y fundaron colonias propiamente romanas
El proceso de romanización hubiese sido imposible si no hubiese existido una buena red de comunicaciones entre los distintos puntos del imperio. De este modo, y tomando como punto de partida la propia Roma, comenzaron a construirse las primeras calzadas, elemento clave para el desarrollo del imperio, ya que facilitaron tanto el transporte de mercancías como el imparable avance de las legiones. Los romanos llegaron a disponer de 85.000 kilómetros de calzadas, que recorrían el imperio de norte a sur y de este a oeste.
El principal objetivo de los romanos, cuando empezaron la conquista de la península ibérica, fue unir la ciudad de Cádiz, entonces la más importante del sur hispánico, con los Pirineos, punto de entrada por el norte.
En cuanto a las obras hidráulicas, los romanos construyeron en la península numerosos puentes, acueductos y complejos termales
- Los acueductos garantizaban el abastecimiento regular de agua a las ciudades. Su construcción implicaba la conducción del agua desde manantiales alejados de la ciudad. La estructura, que era en su mayor parte subterránea, discurría con una ligera pendiente y era visible sólo en las proximidades de la ciudad. El acueducto terminaba en un colector, a partir del cual una red de tuberías distribuía el agua a los distintos puntos.
- La construcción de complejos termales. Con los magníficos recintos de los baños la higiene llegó a las masas y se incorporó a la vida cotidiana. Se acudía a las termas no sólo para tomar los baños, sino también para untarse con aceites perfumados, recibir masajes, hacer ejercicio o tomar algún refrigerio.